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13-01-2025 / Excélsior
Tipo de proyecto
Articulo
Fecha
Enero 2025
A lo largo de los más de 30 años que llevo ejerciendo como abogado, tanto en el sector público como en la iniciativa privada, me ha tocado representar distintas empresas, así como personas físicas que me han obsequiado su confianza. Pero también ha habido ocasiones en que me han solicitado revisar un asunto, sin adquirir la titularidad de la defensa, o asesorarlos de manera externa. Las historias que les compartiré, por medio de dos entregas, las he vivido como postulante. Por discreción a las personas afectadas no las mencionaré por su nombre real; las circunstancias de modo, tiempo y lugar igualmente las modificaré, tanto por respeto de la víctima como por la propia presunción de inocencia que en algunos de los casos existen.
Me parecen casos paradigmáticos en materia familiar; sus historias tienen, lamentablemente, un común denominador: una situación de violencia de distintas formas hacia una estirpe, hacia hijas e hijos, y un triste resultado de su procedimiento.
Cabe mencionar que guardo, hoy en día, muy buena relación con las personas que la vivieron, y que, en un par de casos, siguen sufriendo una situación de violencia. Nada ha cambiado pese a los enormes esfuerzos y apoyos que han recibido. El primer caso es el de Ana, una profesionista de casi 40 años, dedicada a su carrera, que desempeñó de manera exitosa, alternando sus actividades profesionales, el rol de madre de un pequeño de 7 años. Entre mayor era su crecimiento laboral, mayor era el nivel de conflicto con su esposo, un profesionista que igualmente se había desarrollado, aunque de manera más modesta. Durante las pláticas con ella, fue manifestando la existencia de un sentimiento de incertidumbre por algunas actitudes machistas que había adquirido su esposo. Después, entiendo, de intentar mejorar la relación, acuerda, civilizadamente, una separación tranquila por el bien de todos, pero, sobre todo, del menor de edad.
El acuerdo era que ella permanecería en el domicilio habitado por todos, por supuesto, en compañía de su hijo. No obstante, al regresar un día del trabajo encontró su casa vacía; no había quedado ni siquiera un bote de basura; el esposo violentador se había llevado todo aprovechando su ausencia y que el pequeño se encontraba bajo los cuidados de la abuela materna. Además, el inmueble había quedado bajo una circunstancia lamentable, con hoyos en las paredes por haber arrancado todo lo que estaba adherido a ellas. No dejó ni los documentos personales de ella ni de su hijo. Me contó que no supo qué hacer, que la escena era tal, que la inmovilizó por varios minutos. A partir de eso inició una serie de procedimientos ante distintas instancias para buscar justicia, recuperar sus artículos de todo tipo, desde el menaje hasta sus cosas de valor y documentos personales. El desenlace lo comentaré en la segunda parte del artículo.
La historia de María es básicamente la misma; más joven que Ana y con la diferencia de que son tres menores de edad, muy pequeños todos, no excedían los 4 años. Un aspecto relevante es que, en esta historia, el esposo “decidió” hacerse cargo de las niñas y el niño, sin haberlo comentado con la madre. Un buen día fue a recogerlos al lugar donde se encontraban, al salir de su trabajo, lo cual, por supuesto, legalmente podía hacerlo, sin avisarle a su esposa; fue el último en que los vio María en dos años y medio.
X: @JuanJSerranoM